ISABEL CASTRO MOYA

Isabel Castro Moya era mi abuela materna.

Nació en 1896 y murió en 1971. Era hija de Francisco y de Luisa. Se casó con Antonio Cabeza Ruiz, mi abuelo, y tuvieron seis hijos: Antonio, Francisco, Juana, Luisa, Josefa (mi madre) e Isabel.

         La recuerdo como una mujer menuda, siempre vestida de negro. Su mundo desde que tengo uso de razón, fueron las cuatro paredes de la cocina en la casa que ocupaban en el número 37 de la calle Merced de Facinas.

         Su vida fue de las más tristes y desafortunadas que se puedan imaginar.  Sufrió la muerte de dos hijas y un hijo, así como de la mujer de éste. Todos jóvenes. Las dos hijas con edades de 17 y 19 años fallecieron con seis meses de diferencia. Tres nietos (mis primos Antonio, José y María Cabeza Gómez)  quedaron huérfanos siendo muy niños.

         ¿Cabe mayor tristeza?

         Así fue luego su existencia. Callada y oculta en aquella cocina dedicada a preparar la comida a los que quedaban de familia. Yo la recuerdo con el soplillo echando viento al fuego de carbón que ardía continuamente con alguna vasija sobre él.

         Acudía a ella para pedirle algunos céntimos para golosina.

         --Abuela, dame una perra chica para “purobrea”—le pedía.

         Introducía la mano en el bolsillo del delantal de medio luto y sacaba la diminuta moneda. Nunca me la negó.

         Recordarla me causa una gran tristeza. Nunca la ví reír ni salir a lugar alguno. Era un cuerpo cargado de tristes recuerdos. Fue una mujer que no dejó huellas ni gesta alguna para ser recordada, por eso yo, hoy, quiero traerla a este espacio como un personaje más de nuestro pueblo.

Merece ser recordada, por su mala suerte y por su enorme pena.

Sebastián Álvarez Cabeza